El síndrome de la mujer exiliada tiene como consecuencia desarraigar a la mujer de una actividad que la divierte, la hace más fuerte o le permite ser…
Gimnasio de escalada Zona de Bloque. Escaladoras Du y Shafi.
«¿Qué cosas no pueden hacer las mujeres porque son mujeres?», se pregunta Chimamanda, escritora y feminista africana, en su libro Cómo educar en el feminismo.
Esta es una pregunta planetaria. Cabe hacerla en cualquier sociedad o nación. Específicamente a las mujeres se nos ha reducido a cumplir con unos roles establecidos, que «funcionaron» hasta el siglo XIX, claro está en detrimento del desarrollo de la mujer así como de la humanidad. Se nos condenó a ser menores de edad, a no ser reconocidas como ciudadanas ni como seres humanos (al punto que los animales y los negros estaban en una categoría por encima de la mujer, y ellos tampoco eran reconocidos como seres con derechos, con alma, con vida propia que debía ser protegida y respetada); a portarnos según unas normas de moral establecidas por la religión imperante y tener que ser endebles, sumisas, abnegadas y serviles, aunque el trato que recibiéramos fuera violento, abusivo e incluso mortal.
En un contexto general, la evolución de las mujeres y sus roles en la sociedad ha cambiado drásticamente, y eso es un alivio y una carga al mismo tiempo; porque aunque tenemos derechos, oportunidades… aunque podemos ser libres, independientes, trabajadoras, felices, amorosas, guerreras y hemos reducido la carga del hombre macho alfa dominante dador todopoderoso del hogar o de las relaciones; esto nos deja relegadas en las comunidades que aún no asimilan estas ventajas, estas pequeñas luchas ganadas.
Un caso visible sucede en la comunidad de escalada en Bogotá. Lamentablemente aunque hay mujeres del siglo XXI (me refiero a mujeres que se han empoderado en el rol de vivir su vida con libertad, independencia, esfuerzo, amor y trabajo, en un arrojo individual de equilibrar las inequidades del país); en otras palabras, mujeres que han despertado del letargo, inducido por unos estereotipos establecidos y reforzados a través de la educación y cultura del machismo, sean permitido vehemente abrir sus propios caminos y establecer sus maneras propias de desarrollarse en cualquiera de los ámbitos que deseen; muchas de estas mujeres han sido señaladas cuando han dejado de pertenecer a la dinámica de ser la novia-sombra-costilla de un escalador.
Para ser más precisos, una mujer escaladora, antes de ser reconocida como tal, primero debe ser tomada como la chica o la novia de un escalador; si el caso de estatus logra trascender de la comunidad machista y cerrada de la comunidad escaladora. No solo los hombres ejercen este tipo de exclusión, muchas veces y tristemente son las mismas mujeres quienes se encargan de hacer que este ejercicio de poder que se origina desde lo masculino trascendiendo el círculo de lo femenino, donde una mujer puede ser tratada como una leprosa o una persona peligrosa a la que se le pone una etiqueta de «soltera disponible», «soltera desesperada por un hombre», «mujer proclive a la infidelidad y al promiscuidad, «la quita novios», entre otras, cuando termina una relación con un escalador.
Es inadmisible que una mujer que esté «sola» continúe practicando la escalada. Por lo tanto deberá soportar las críticas y opiniones de la ruptura, señalamiento como alguien no apreciada, exclusión del círculo próximo de diferentes maneras; la más usada es haciéndola sentir que tiene poco «valor», porque ya no es la novia-esposa-chica de un sujeto en cuestión.
Este tipo de práctica envía un mensaje claro a la comunidad: si no tienes pareja entras en una zona roja, en la que serás tachada, señalada y vista como un miembro sobrante. ¿Has cumplido tu función? ¿Cuál es el rol de una mujer en la escalada? ¿Cómo debemos comportarnos? ¿Qué cosas podemos hacer cuando somos realmente escaladoras en una comunidad machista? ¿Por qué a muchas mujeres les ha sucedido lo mismo?
El síndrome de la mujer exiliada tiene como consecuencia desarraigar a la mujer de una actividad que la divierte, la hace más fuerte o le permite ser… desarraigar a una mujer de un deporte como la escalada tiene muchas implicaciones graves. Una de ellas es que su esfuerzo, su trabajo, su proceso de empoderamiento y desarrollo deportivo además de ser truncado muchas veces queda en el olvido. Es tan común escuchar un comentario habitual de miembros de la comunidad que reza: «Lo que pasa siempre es que las chicas cuando terminan con sus novios escaladores desaparezcan, no vuelvan nunca por acá». Cada vez que escucho esto me da rabia, porque sé que es un ejercicio-de-poder ejercido por la comunidad para que ese sea el resultado. Se nos hace creer, se nos grita, se nos convence que lo mejor que podemos hacer cuando no estamos en una relación es que sigas tu camino lejos, sin importunar el camino trazado por tu pareja «hombre» dentro de una comunidad, que tiene un estatus elevado por el solo hecho de ser hombre. Y lo que más puede indignar es la cara de sorpresa de quienes al ver a la mujer que resiste quedándose, le pregunten:
Pero, ¿qué haces por acá (sitios como rocódromo o parques de escalada)? ¿De verdad seguiste escalando? Qué raro que estés escalando, ¿no?
Hablo de síndrome, basándome en la segunda definición de la RAE, que establece lo siguiente: «Conjunto de fenómenos que concurren unos con otros y que caracterizan una determinada situación»; unas y otras chicas hemos hablado, hemos compartido la experiencia de no seguir siendo «novias» por x o y motivo, y al cambiar de categoría de ennoviada a soltera, se nos ha condenado al silencio, a los chismes, a los cuchicheos e incluso a la coerción para que dejemos de ser; para que nuestro proceso de empoderamiento (porque señoras y señores, sí, la escalada es uno de los deportes que EMPODERA— y lo escribo en mayúsculas porque es consecuencia real— a mujeres y hombres, pero sobre todo a las primeras, porque además de permitirnos modificar nuestro cuerpo —que se sale completamente de los estándares de belleza y feminidad establecidos en Colombia—), transforma nuestra cosmovisión de la realidad permitiendo vivirla de acuerdo con nuestros intereses, gustos, proyectos, retos, metas, amor propio, libertad y liderazgo impactando de manera positiva a la comunidad misma.
Para ser más clara, las mujeres hemos dejado de ser personas «necesitadas» de una pareja que nos haga todo el trabajo de equiparnos las rutas, motivarnos e incluso decidir cómo, qué, cuándo y dónde escalar, al proponer procesos de escalada más autónomos, más colectivos y que refuercen capacidades de independencia, participación activa, dinámicas de diálogo y la inserción de una cultura en la que se reafirma lo femenino desde una perspectiva equitativa, sorora e identitaria. Es decir, lo femenino toma su verdadera significación: deja de ser un género débil, incapaz e indigno cuando una mujer o un grupo de mujeres se resiste a seguir la dinámica del exilio.
Ruta: Luz de noche, parque de escalada Rocas de Suesca. Escaladora: Du.
El síndrome de la mujer exiliada en la escalada es una muestra fehaciente de cómo la cultura machista no solo mantiene el statu quo de una sociedad en la que los privilegiados (en este caso los hombres, porque desde los orígenes ha prevalecido la participación de lo masculino en su creación y desarrollo y se mantenido la idea de que así tiene que ser únicamente) proponen unas dinámicas que los benefician, que los dejan al margen e incluso intocables, incuestionables, en detrimento de un desarrollo íntegro, equitativo y feminista de la comunidad escaladora.
¿Qué podemos hacer para cambiar esta situación?
Hemos empezado a generar una dinámica entre las mujeres que consiste en contarnos las diferentes experiencias logrando establecer una relación de amistad y compañerismo; de modo que aquellas que hemos sobrellevado la experiencia de no ser la costilla de alguien, hemos reafirmado nuestro derecho, nuestra individualidad y nuestra capacidad de resistencia a este tipo de comportamientos machistas. Las mujeres hemos empezado a hablar de este tipo de vivencias llegando a la conclusión de que hemos sido objeto de la misma coerción y por ende podemos reafirmar que existe un síndrome de la mujer exiliada… así como hemos visto la enfermedad, también estamos demostrando que existe la cura, el antídoto. Unidas nos empoderamos para poder continuar con nuestros procesos de escalada, y eso ya es más que revolucionario. Cuando nos apoyamos entre sí las escaladoras, ayudamos a que la otra, que al final puedo ser yo misma en cualquier momento, no abandone la pasión que mueve su vida y su proceso de empoderamiento; además de establecer unas relaciones en las que el poder sea repartido equitativamente, sobre todo, la capacidad de ser escaladoras empoderadas.
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Licenciada en Español y Literatura de la Universidad Industrial de Santander-UIS. Especialista en Creación Narrativa de la Universidad Central-UC. Actualmente, estudia una maestría en Escritura Creativa en Español en la Universidad de Salamanca. Ha sido correctora de estilo para la Universidad Manuela Beltrán y Pamplona, así como para diferentes empresas y editoriales del sector público y privado. Se ha desarrollado como editora en proceso de autoedición y servicios editoriales para autores y fundaciones con enfoque de género y memoria. Ha sido profesora escritura creativa. Ha desarrollado cursos de francés básico para público en general y empresarial. Se ha desempeñado como Directora ejecutiva y administrativa de la REIC para la FILBO 2018 y proyectos a la par. También es escritora y ha publicado poemas, cuentos, artículos, ensayo, crónicas, entre otros, para portales independientes en internet, publicaciones universitarias y revistas independientes sobre la creación literaria, redacción, gramática, comprensión lectora, edición independiente, feminismo, educación, deportes como escalada, trail running y mountain bike.